Ensayo.Tokio Blues
- anylyna
- 19 may 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 22 may 2020
Jorge Volpi en su libro leer la mente plantea la idea de que la ficción está presente incluso en nuestra realidad, en donde se distingue lo racional y lo irracional, el funcionamiento de los pensamientos en torno a lo creado y las relaciones que se tienen con lo verdadero.
Para la novela de Tokio Blues me he decidido por tomar la idea de Volpi con respecto a los pensamientos, lo que transmite el libro en base a las citas de los momentos que mayor impacto me produjeron, pero también de los que según mi percepción fueron momentos decisivos o memorables para los personajes de la historia.
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“Locura”, muerte y una extraña definición de amor, esa fue mi percepción al leer la novela Tokio Blues de Haruki Murakami, ambientada en Japón en el año 1969.
Antes de comenzar quiero aclarar que elegí esta novela por dos razones, la primera fue el título, que a primera vista no dice gran cosa respecto a la trama, y eso es algo que al menos para mí lo hace interesante. La segunda razón fue el autor, ya que un amigo cercano me ha hablado sobre éste en incontables ocasiones, sin embargo nunca he leído nada de Murakami y la lista de lecturas para la materia de investigación documental lo ha hecho posible.
La historia está contada de tal forma que a pesar de que en algunos casos te adelanta los hechos en una pequeña frase, te mantiene a la expectativa de cómo va a suceder; porque como dice Jorge Volpi en su libro leer la mente “Los humanos somos rehenes de la ficción”.
Las primeras páginas comienzan con recuerdos que se han ido desvaneciendo con el paso del tiempo, la nostalgia de volver a un lugar en el que solo quedan provocaciones al pasado, Watanabe el protagonista del libro lo describe de la siguiente manera: “Todo lo que parecía tener más valor-ella, mi yo de entonces, nuestro mundo-¿a dónde ha ido a parar? Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes.”(Murakami, 1987, p.9) Y uno como lector se pregunta qué ha sucedido, cuánto tiempo ha pasado y la respuesta es que no ha sido demasiado, sin embargo ha habido un gran peso en los hechos que se dan de manera inesperada, aunque sus razones siempre hayan estado ahí frente a nosotros y frente a los ojos de los propios personajes, brillando como una alerta de que algo pasaría pero que no veíamos venir o que simplemente no queríamos que sucediera, porque desarrollamos la empatía con los personajes, nos identificamos y dejamos actuar a nuestras neuronas espejo para tratar de predecir el comportamiento del otro, pero de eso hablaré más adelante.
No sé como describir lo que me causó la frase final del segundo capítulo: “Cuando miro hacia atrás, hoy pienso que fueron unos días extraños. Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte” ( Murakami, 1987,p.38) pero fue suficiente para darme cuenta de que llevaba muy poco de lectura, pero ya estaba tomando cierto papel en la historia.
Watanabe y Naoko eran cercanos, no hablaban mucho en años anteriores al suicidio de Kizuki (amigo de Watanabe y novio de Naoko) pero el encontrarse en la estación de tren dos años después despierta la necesidad de una conversación, de una amistad, de una comprensión mutua. Pero hay factores que hacen difícil la situación y es que ninguno ha sanado la pérdida. Naoko tiene problemas para expresarse, mientras Watanabe tras su actitud de serenidad esconde todo aquello que le ha dañado alguna vez.
Así transcurre la historia, entre paseos y conversaciones, hasta el cumpleaños de Naoko en donde tienen un íntimo y triste encuentro, el primero de Naoko con cualquier hombre, que termina en la primera mención de Kizuki después de dos años y meses de su muerte. Días después ella se había marchado de casa sin dejar recado, tal como en una estrofa de su canción favorita, Norwegian Wood de los Beatles:
And when i awoke
i was alone
this bird had flown
so i lit a fire
isnt it good
Norwegian WoodY cuando desperté
estaba solo
este pájaro había volado
entonces encendí un fuego
¿no es buena
Madera Noruega?
Naoko se internó en un sanatorio según explicó a Watanabe tiempo después en una carta, quería aclarar su mente, alejarse de las cosas que le traían malos recuerdos, por ello pedía tiempo; cuando se sintiera lista ella volvería a escribirle para retomar las charlas y quizá volver a verse. Hasta entonces la vida de Watanabe avanzaba en monotonía, la sentía tan lejos que cuando liberó la luciérnaga que su amigo “tropa de asalto” le regaló antes de irse, no pudo pensar más que en ella, aunque no lo dice propiamente el sentimiento está implícito en el siguiente fragmento:
Aún después de que la luciérnaga hubiera desaparecido, el rastro de su luz permaneció largo tiempo en mi interior. Aquella pequeña llama, semejante a un alma que hubiese perdido su destino, siguió errando eternamente en la oscuridad de mis ojos cerrados. Alargué la mano repetidas veces hacia esa oscuridad. Pero no pude tocarla. La tenue luz quedaba más allá de las yemas de mis dedos. (Murakami, 1987, p.65)
Pero aparecen nuevos personajes, MIdori, una joven bonita y libertina va entrando en contexto como la chica que sale adelante sola, con un padre enfermo y una hermana a punto de casarse, aparece en la vida de Watanabe para convertirse en una amiga y compañera pero que no le conoce en absoluto. A pesar de eso va enamorándose de él aún a sabiendas de que él ama a otra mujer.
Tiempo después llega la aclamada segunda carta de Naoko en la que suele llamar a sus problemas y defectos: deformaciones, ella se siente más tranquila en compañía de personas que están igualmente “deformadas” porque hay una cierta comprensión y sinceridad que tal vez no podría existir entre las personas “normales” del mundo exterior, pero ese tiempo de reflexión la ha llevado a lo que Jorge Volpi llama, planteamiento de situaciones hipotéticas:
La ficción cumple una tarea indispensable para nuestra supervivencia: no solo ayuda a predecir nuestras reacciones en situaciones hipotéticas, sino que nos obliga a representarlas en nuestra mente-a repetirlas y reconstruirlas- y, a partir de allí, a entrever qué sentiríamos si las experimentáramos de verdad. (Volpi, 2011, p.22)
Pero esto no es todo, Volpi también nos hace reflexionar con su pequeña frase “como sí” gracias a la cual los amantes de la ficción y cualquier persona realmente, se permiten crear alternativas o transformaciones totales. Desde ser otro ser humano hasta un animal; y creo que no hay mejor ejemplo para esta explicación que el siguiente fragmento de la novela:
A veces pienso. Si tú y yo nos hubiésemos conocido en circunstancias normales y nos hubiésemos gustado, qué hubiera ocurrido? Si yo hubiera sido normal y tú hubieras sido normal (que lo eres), y si Kizuki no hubiera existido, ¿Qué hubiera ocurrido? Pero hay demasiados <<si…>>. (Murakami, 1987, p.121)
Retomando la historia, Naoko le pide a Watanabe que la visite en el sanatorio y él acude gustoso, ahí conoce a la compañera de cuarto de Naoko, Reiko, una mujer adulta y agradable que se encarga de dar clases de música. La visita duró dos días y Naoko tuvo recaídas depresivas, sin embargo hubo gran progreso después de hablar sobre su pasado compartido. Pero hay algo más que salta a la vista y es la idea que se forma del amor y a comprensión a lo largo de la historia, como se aprecia en un fragmento de las páginas 188 y 189:
-Si llegas a entenderme ¿qué sucederá entonces? […]En este mundo hay a quien le gusta saber horarios de los medios de transporte y se pasa el día comprobándolos […] Por lo tanto, no es tan raro que haya al menos una persona que quiera entenderte, ¿no te parece?
-¿Cómo una especie de pasatiempo? […] -Si quieres, puedes llamarlo así. En general, las personas lo llaman simpatía o amor, pero si tu quieres llamarlo pasatiempo puedes hacerlo. (Murakami, 1987, pp.188-189).
Esa fue de hecho una de las últimas conversaciones antes de que Watanabe regresara a Tokio pero sin que pasara un día en que dejara de pensar en Naoko, al grado de mostrar una vez más las ideas de Volpi sobre intentar pensar como el otro, tratar de ser el otro, como el hecho de que nuestro protagonista pensara en las actividades de la chica en cierto momento del día: “<< ¿Qué debe estar haciendo Naoko en estos momentos?>> me pregunté. Durmiendo, por supuesto. Debía estar profundamente dormida, arropada por las tinieblas de su pequeño y extraño mundo. Recé para que no tuviera sueños amargos” (Murakami, 1987, p.221) o como más adelante se ejemplificaría en la escena de la muerte del padre de Midori o el recuerdo de Hatsumi después de su suicidio (casos que no abordaré más allá de estas pequeñas líneas, pero que están presentes en la novela.
Pero Naoko nunca se recuperó, ni siquiera en aquel hospital que realmente trataba los problemas mentales con procedimientos eficaces. Y he de decir que a pesar de que leí con detalle todos los capítulos anteriores, al llegar al once, la mención de su muerte me tomó por sorpresa. Ya había entrado en la faceta de la empatía, que en literatura significa que todos pueden tomar el sitio de otros, pues todos somos básicamente idénticos. Es por eso que mientras leía esto podía ser Naoko y cuando su escena terminaba regresaba a mi papel como Watanabe, pero también sabía que al cerrar el libro seguía siendo yo misma más completa o más rota, porque algo había cambiado en mí. Y esto me hizo recordar un párrafo de La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero que a mi parecer define perfectamente lo que sucedió con Naoko: “La característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental.[…] Es sentir que te has desconectado del mundo, que no te van a entender, que no tienes #Palabras para expresarte.” (Montero, 2013 p.11)
Y una vez más Volpi tenía razón: Reaccionamos de igual manera ante la ficción que ante la realidad. Incluso damos a la ficción el beneficio de creer sus mentiras/verdades parciales, sus escenarios alternativos, aventuras, etc. Y vivimos como si fuéramos los propios personajes, porque esa es nuestra realidad temporal. (Volpi, 2011, p.20)
Y tal como le sucedió a Watanabe las imágenes del pasado me golpearon con fuerza y me llevaron a un lugar extraño. Cuando cerré el libro no tenía idea de en dónde me hallaba ¿Qué sitio era aquel? Mis pupilas reflejaban las siluetas de la multitud dirigiéndose a ninguna parte. Y yo me encontraba en medio de ninguna parte… (Murakami, 1987).
El único recuerdo que conservo de 1969 es el de un lodazal inmenso. Un profundo lodazal, viscoso y pesado, donde cada vez que daba un paso se me hundían los pies. Y yo lo cruzaba haciendo un esfuerzo sobrehumano. No veía nada, ni delante ni detrás de mí. Solo un cenegal de tintes oscuros extendiéndose hasta el infinito. (Murakami, 1987, p.309)
Y tal como le sucedió a Watanabe las imágenes del pasado me golpearon con fuerza y me llevaron a un lugar extraño. Cuando cerré el libro no tenía idea de en dónde me hallaba ¿Qué sitio era aquel? Mis pupilas reflejaban las siluetas de la multitud dirigiéndose a ninguna parte. Y yo me encontraba en medio de ninguna parte… (Muarakami, 1987).
Referencias
Murakami, M (1987).Tokio Blues(26ª ed.).México: TUSQUETS.
Volpi, J (2011) Leer la mente: El cerebro y el arte de la ficción (7ª ed.).México: Alfaguara.

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